Una guerra siempre representa un retroceso. Es una expresión de la faceta más irracional del ser humano, pues muestra su incapacidad de resolver sus diferencias a través de canales pacíficos y pone en evidencia su actitud más retrógrada de pretender imponerse mediante el uso de la fuerza bruta.

Es cierto que habrá ganadores. Los fabricantes de armas y de insumos bélicos y los especuladores. Empero, la gran perdedora es la humanidad, por las vidas extinguidas, por el sufrimiento humano que pudo evitarse, por la profundización de la pobreza, por la pérdida de infraestructura y porque, a futuro, los recursos que podían ser destinados a fortalecer el capital humano se orientarán a reforzar los presupuestos militares.

En lo político, la agresión del gobierno de Putin pareciera perfilar una recomposición del orden internacional para proporcionarle un carácter multilateral con la presencia de actores emergentes como China.

En lo económico, las consecuencias previsibles alimentan el pesimismo pues lastrará el crecimiento global que ya experimentaba una ralentización y, por lo tanto, posterga una trayectoria que ya frustró la pandemia.

Es posible que algunos efectos del conflicto bélico como el alza de los precios de los alimentos, minerales e hidrocarburos mejoren los ingresos por exportaciones de la economía boliviana; pero también existe la probabilidad de que las dificultades que enfrentará el comercio exterior, el deterioro de las condiciones financieras y una mayor inflación dañen nuestro ya debilitado crecimiento.

La invasión militar de Rusia a Ucrania ha aumentado los niveles de incertidumbre en el mundo

El conflicto entre estos dos países ha dejado más inseguridad en el mundo, en un momento donde necesitamos certezas para apuntar a una recuperación económica.